Fénix 7, 327-332

Propiedad intelectual Trascribimos tres artículos editoriales que, sucesivamente, insertó EL NACIONAL, d e Lima, en sus ediciones del 28, 29 y 31 d e enero d e 1870. Constituyen una fundamentación doctrinaria del derecho d e autor, y dan a conocer la atención que siempre se otorgó a los problemas prácticos q u e d e él se derivan. Y esperamos que su conocimiento excite la espera- da renovación d e la l e y qu e rige tan importante fase del de- recho positivo, a f i n d e otorgar protección legal a la honesta y esforzada labor del trabajador intelectual. Si hay algo e n las obras humanas que lleve el sello d e la personalidad individual, que la determine y la distinga d e las otras, algo que establezca vínculos tan poderosos como los que existen entre la causa y el efecto, es indudablemente la acción del hombre que se acerque a Dios por el espíritu creador. Y así como todo lo que e n el orden material asimilamos a nosotros mismos, para aplicarlo a legítimas necesidades, constituye la propiedad y es objeto de u n derecho, así también lo que vive fuera d e nosotros con nuestra propia vida, lo que ha sido producido con el calor d e nuestro cerebro y la perseverancia laboriosa d e nuestra alma, Ib que está marcado con el signo d e nuestro carácter: eso también nos pertenece e n virtud de otra, m u y alta manifestación del derecho de propiedad. E n el primer caso allegamos las cosas a nosotros para convertirlas e n elementos d e nuestra vida. E n el segundo caso, dando a la corriente otro sentido, nos desprendemos d e esa misma vida, quizá conservada e n medio d e dolorosas dificultades, la condensamos, le damos la forma de idea, la materializamos e n seguida, haciéndola una máquina de vapor, u n instrumento de agricultura, una página de poesía arrebatadora, una lección d e ciencias. Y entonces la entregamos al mundo, para entrar e n la gran concurrencia del progreso y del deber, para levantar a los débiles, para estimular a los negligentes, para llevar la luz a las conciencias oscurecidas por la ignorancia y el valor a los corazones desalentados por la contradicción. H e allí la historia de los cerebros pensadores, d e los hombres encargados d e man- tener constantemente inflamada la hoguera de la civilización, con esos ricos combustibles que se llaman periódicos, libros, folletos, aparatos d e mecánica, vidrios que traspasan la inmensidad de los cielos para sorprender los secretos de Dios e n los silenciosos espacios que ha llenado con sus obras. i Toda obra humana corresponde a su autor, y la más noble de las obras, la conse- cuencia de los trabajos del espíritu, no puede quedar escluída d e la l e y común. Falta d e lógica habría e n el reconocimiento del derecho, si a la v e z que se declara la propiedad exclusiva sobre la labor material, no se la declarara también sobre la labor intelectual, má s alta, más fecunda, más cercana de la ley del progreso, cuyo cumplimiento debe bus- carse sin descanso. Mientras se concede a u n artífice e n madera el derecho particular y determinado Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.7, 1950

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