Fénix 5, 3-11

Por ALBERTO TAURO Desde la "alta niebla" que hcridió, antes de consumar sil ritiial corni~nióai con la tierra, Luis Fabio Xammztr extiende sobre la vida una apacible mirada:, porque se encuentra definitivamente arraigado a ellc?, gracias a la sobria y pánica belleza que logró verter en 511s libros: y porque supo vivir con cierta pagana, sin hesitaciones ni treguas, apurando con fruición cuanto fnace grato el cotidiano discurso. Palabras, rostros y lugares mantienen la vibración que suscitó su paso, todavía perceptible a la vista y libre del polvc; que sedimentan las crónicas, las devociones eruditas o los callados recuerdos. Su estampa! permanece fiel a la cita de la risa, de la metódica alegría cn que riielen ahogarse las más hondas y per4~nanentes cavilaciones. Aun brilla su mirar ambiguo, luciendo el hastio que inspiran las ccsas meraudas y lejanas, o el defensivo replieoue de ia sensibilidad. Y hélo ahora, serenamente colo- cado sobre la vida, a1 margen de la diaria pugna que estorba el banquete a cuya puerta aguarda la humanidad; pero irremisibleinente asido a la memoria, y enlazado a las proyecciones de un sino clausurado. Rindió sus mayores esfuerzos en el afán de ejercer con dignidad y per- feccionar su oficio de hombre. Y viejos recuerdos, sorpresivamente aviva- dos, me dejan asistir al comienzo y el clesenvolvimiento del camino que esos esfuerzos allanaron. Yo no había aliviado aún ini perplejidad de alumno novato, y algo se sobrecogía en mi ánimo al trasponer cada día los severos muros del Colegio de la Inmaculada; o al oclrpar mi asiento en una banca. delantera del templo donde retumbaba la voz admonitiva del sacerdote que había mascullado un latinajo incomprensible. Había pasado el orgullo que mc invadiera al aprender mi primera lección de memoria: me quedaba la pesa- dumbre de la recitación puntual que se nos exigía entonces; y, sobre todo, Ia que me inspiraba aquella solemne autoridad de mis maestros, tal vez sabios y honestos, pero excesivamente dóciles a sus propias recetas y por eso muy distantes del mundo en que discurría mi intelección. Y empecé a esperar el momento en que me fuera dado ocupar en el templo una de esas bancas pos- teriores, reservadas a los alumnos del último curso. Era el aiío 1921. Los alumnos del primer año encontrábamos en las hora.; de recreo a los de se- gundo y tercero. Poblábamos de gritos el mismo patio triangular, cubierto Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.5, enero-junio 1947

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