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Edición y política en el Perú (1950-1960): los proyectos 

editoriales de Juan Mejía Baca y Manuel Scorza

Editing and politics in Peru (1950-1960): the editorial projects of 

JuanMejía Baca and Manuel Scorza

Víctor Ramos Badillo

Universidad Nacional de San Martín

Buenos Aires, Argentina

Contacto: varamosb@gmail.com

https://orcid.org/0000-0002-7767-9651

Resumen

En este artículo se desarrolla una aproximación panorámica al campo edi-

torial peruano de fines de la década de 1950 e inicios de 1960, específica-

mente centrándose en los proyectos editoriales de Juan Mejía Baca, librero 

y editor de renombre que ha sido relegado de la historia cultural nacional, 

y de Manuel Scorza, destacado narrador peruano que también interviene 

como editor en la producción librera a partir de la impresión de libros 

en formato de bolsillo y de un tiraje masivo. Si bien este trabajo será un 

recuento muy limitado de sus principales proyectos en el Perú, también 

pretendo relacionarlo con otras dinámicas sociales y políticas que surgen 

paralelamente, las cuales repercutirán en las prácticas editoriales de dichos 

agentes del mundo del libro. 

Palabras clave: historia del libro, proyecto editorial, política peruana.. 

Abstract

This article develops a panoramic approach to the Peruvian publishing field of 

the late 1950s and early 1960s, specifically focusing on the publishing projects 

of Juan Mejía Baca, a renowned bookseller and publisher who has been relega-

ted from cultural history national, and Manuel Scorza, a prominent Peruvian 

storyteller who also intervenes as an editor in book production from the prin-

ting of books in pocket format and mass circulation. Although this work will 

be a very limited account of his main projects in Peru, I also intend to relate 

it to other social and political dynamics that arise in parallel, which will have 

repercussions on the editorial practices of said agents in the book world.

Keywords: book history, editorial project, Peruvian politic.

Recibido: 2022-06-03/ Revisado: 2022-09-23 / Aceptado: 2022-10-08 / Publicado: 2022-12-06

ISSN-e: 2709-5649  pp. 10-19


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Sobre el campo editorial peruano de la década de 1950
Antes de hablar del contexto de la década de 1960, es preciso detenerse en la 

composición política del gobierno de los años cincuenta. El Perú, en ese enton-

ces, iniciaba aquel decenio con un gobierno militar y autoritario, encabezado 

por el general Manuel Odría, una suerte de jefe político que dio un golpe de 

Estado en 1948 y se instaló en el poder hasta 1956. Si bien a su régimen se le 

denominó una «revolución conservadora» (Contreras y Cueto, 2013, p. 312), 

esto se puede comprender mejor si dividimos esta frase en dos grandes partes: 

por un lado, «conservadora», en el sentido económico-liberal, el cual reintro-

dujo las relaciones que los gobiernos precedentes mantenían con la oligarquía, 

de modo que daba un impulso preponderante a un modelo económico basado 

en la agroexportación y la inversión extranjera. Entretanto, la palabra «revo-

lución», aparentemente, vendría a materializarse mediante la edificación de 

obras públicas para la clase trabajadora emergente, de carácter provinciano y 

migrante, aquella que viajaba de la sierra o la selva para instalarse en la capital, 

con el anhelo de «encontrar» mejores oportunidades laborales y educativas. Y 

fue justamente el área educativa donde este gobierno contribuyó notablemen-

te pues inauguró una gran cantidad de colegios estatales, de tal modo que la 

ciudadanía de bajos recursos pudo visualizar esto como una oportunidad para 

poder acceder a una movilidad social que se volvía muy necesaria, ya que le 

permitiría sortear las dificultades inherentes a su procedencia de clase.

Asimismo, esta contribución a la conformación de espacios escolares tam-

bién trajo consigo «una multiplicación de librerías y un auge en la circulación y 

venta de libros» (CERLALC, 1986, p. 5). Justamente esto solo puede explicarse 

gracias al surgimiento de instituciones educativas básicas y superiores, puesto 

que estas contribuyeron a reducir el analfabetismo. Así, esta situación produ-

jo un aumento de la cantidad de lectores, cuya consecuencia evidente fue un 

mayor impulso y demanda comercial de la producción editorial e impresa de 

la época. Ahora bien, como se acaba de observar, para llegar a la historia del 

libro es necesario mapear concretamente el contexto que se busca analizar, 

aunque ese no es el único elemento indispensable para enmarcar la propuesta. 

Chartier (1994) decía, acaso replicando el proceso de las mercancías, que, así 

como se parte del libro, el análisis debe ser complementado con una historia de 

la edición, para luego llegar hasta la historia de la lectura, eslabón que cerraría 

y complementaría el estudio netamente restringido a la materialidad impresa. 

Si bien esta formulación es teórico-académica, a través del lente colocado en 

las políticas públicas, promovidas en este caso por el Estado peruano en la pri-

mera mitad de los años cincuenta, esta información sirve como un indicador 

de alfabetización y, por tanto, de una idea de la dimensión de una población 

lectora en un momento específico, como aquel gobierno militar. En ese sentido, 


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estas herramientas de carácter contextual también necesitan diseccionar qué 

elementos o patrones culturales se están poniendo en juego o disputa dentro de 

la conformación del campo editorial peruano, el cual no concordaría en gustos 

o intereses con otro campo de cualquier país europeo o, incluso, latinoameri-

cano de la misma época. A continuación, se ampliará con mayor detalle este 

último punto. 

Específicamente, en relación con el campo editorial, fue a mediados de la dé-

cada de 1950 cuando se inició lo que Sánchez Lihón denominó las «ediciones 

populares» (1978, p. 48), una dinámica político-editorial que trastocó la típica 

circulación del libro a través del formato de bolsillo y con la difusión de clásicos 

universales y latinoamericanos en todo el territorio nacional (Sánchez Lihón, 

1978). Antes de seguir, sería útil poner en perspectiva los números del incremen-

to de las ediciones de libros durante la mitad de la década de 1950 en el Perú. Para 

1954, «se publicaron 90 títulos, 109 en 1955, 86 en 1956, 63 en 1957, 327 en 1958, 

246 en 1959» (Hirschhorn, 2005, p. 68). Como se aprecia en estos datos, hay una 

tendencia inicial creciente en las publicaciones, aunque de 1955 a 1957 se puede 

percibir un progresivo decaimiento en las cifras. Aquí se debe hacer un parén-

tesis, puesto que en 1956 finaliza el Ochenio de Odría, el cual da la posta, por la 

vía democrática, a Manuel Prado, quien asume la presidencia por segunda vez. 

Retomando el punto, ese retraimiento de las publicaciones en 1957, a un año de 

que Prado asumiera las riendas del país, puede explicarse gracias a las tensiones 

que todavía existían entre el régimen electo democráticamente y las presiones 

por parte de los militares en las decisiones gubernamentales. Sin embargo, para 

entender ese indicador también podría añadirse que en ello repercutió el impues-

to al papel, mercancía importada y fundamental en el proceso editorial peruano. 

Justamente, el domingo 27 de marzo de 1957, en el periódico El Comercio, Juan 

Mejía Baca se pronunció sobre estos impuestos que desequilibraron la produc-

ción nacional. Según este, los aranceles serían una maniobra del gobierno para 

incentivar la compra de papel producido en el país; sin embargo, yendo más 

allá del testimonio de este editor y de Max Alfaro Southwell, presidente de la 

Sociedad de Impresores del Perú, la situación en concreto evidencia dos cosas: 

por un lado, la dependencia del mercado peruano del papel importado para aba-

ratar los costos de los libros; y por otro lado, indirectamente se deja entrever la 

precariedad o la baja calidad del papel peruano o, en su defecto, el alto costo que 

supone, lo cual lleva a que los editores importen este material para manejar una 

economía rentable de sus proyectos. Cabe resaltar que este suceso marcha en pa-

ralelo a la planificación de proyectos editoriales para las grandes mayorías, por 

lo que no se busca poner en cuestionamiento el proceso editorial, sino constatar 

las marchas y las contramarchas que explican esa contracción en la producción 

editorial peruana en 1957. 


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toriales de Juan Mejía Baca y Manuel Scorza

Volviendo al hilo anterior, Sánchez Lihón menciona los primeros intentos 

de la edición de corte popular, aunque esto solo llega a concretarse con las ex-

periencias de finales de los años cincuenta e inicios de los sesenta denominadas 

«Ediciones Populares», impulsadas por tres grandes personajes de la cultura im-

presa en el Perú: Manuel Scorza, director de la colección; y Pablo Villanueva y 

Juan Mejía Baca, dos editores reconocidos por sus apuestas editoriales a inicios 

de la década. Entre los autores que conformaron su catálogo se encuentran 

Ciro Alegría, Mariano Azuela, Horacio Quiroga, Jorge Icaza, José Hernández 

y Rómulo Gallegos. ¿Acaso esta muestra de escritores no revela la importancia 

que otorgaron los editores a títulos de fácil acceso o circulación editorial en un 

país que recién estaba forjando un amplio acceso a la educación en las gran-

des mayorías del país? Esta es una pregunta que se me viene a la mente ahora, 

puesto que en la historización de los catálogos editoriales a veces se pierde de 

vista reflexionar sobre estas prácticas editoriales que introdujeron Villanueva 

y Mejía Baca. Así, este breve repaso evidencia que la «lógica del campo edito-

rial» está sometida a la «estructura del campo editorial en su conjunto» (Bour-

dieu, 1999, p. 224). De ahí que ambos editores hayan podido identificar aquella 

estructura vacía que debe ser suplida con libros de circulación popular, en un 

contexto donde la lectura iba incrementándose gracias a la implementación de 

políticas educativas.

Figura 1

Portada del libro Los mejores cuentos americanos, publicado por Populibros

Nota. 

Fotografía de Víctor Ramos Badillo.


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Ahora bien, respecto a la materialidad de la edición, conviene observar la 

fotografía de uno de los títulos que conforman la colección «Grandes obras 

de América», de Ediciones Populares (ver 

Figura 1). Al interior de las páginas 

se podrán constatar el tiraje y otros detalles, como el plan de publicación (ver 

Figura 2). Como se aprecia, hubo grandes tirajes de las Ediciones Populares, las 

cuales, según se muestra en la página, llegaron hasta los cincuenta mil ejem-

plares. El libro que mostramos recientemente es el volumen 8 de dicha colec-

ción, en la cual Aníbal Quijano, sociólogo peruano reconocido en la región, 

compiló relatos latinoamericanos de la época. Si bien en las últimas páginas 

no se muestra la fecha de la impresión, sino apenas el lugar de la imprenta, es 

posible colegir que la edición se realizó a fines de la década de 1950, puesto que 

en la antología se cita la fuente de los cuentos incluidos, muchos de los cuales 

habían sido recientemente publicados en distintas casas editoriales latinoame-

ricanas. Volviendo al tema del tiraje, pese a que se ha remarcado que la edu-

cación permitió un acceso a la cultura del libro, estos datos deberían reflejarse 

y contrastarse con algunas estadísticas respecto a la lectura en el Perú, algo 

que todavía está pendiente. Sin embargo, cabe hacerse la pregunta de si ese 

tiraje de cincuenta mil ejemplares llegó a venderse por completo y si también 

se distribuyó internacionalmente para suplir la infructuosa venta nacional. 

Me planteo esta pregunta debido a que actualmente estas ediciones no son tan 

difíciles de conseguir en las librerías de viejo en Lima. Por ello, considero que 

Figura 2

Lista de títulos de la colección «Grandes obras de América», publicada por Populibros

Nota. 

Fotografía de Víctor Ramos Badillo.


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Edición y política en el Perú (1950-1960): los proyectos edi-

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este proyecto editorial ambicioso, que pudo extenderse y replicarse en otros 

países de Latinoamérica —debido al impacto que generó en la organización de 

las colecciones—, tuvo también sus puntos ciegos, sobre los que se hablará a 

continuación. 

Populibros peruanos: imprimir en la década de 1960
Respecto al contexto político peruano de aquel entonces, el mandato demo-

crático de Prado solo alcanzó a gobernar hasta 1962, fecha en que sucedió 

otra vez una intervención militar para frenar el posible triunfo de Haya de La 

Torre en la segunda vuelta electoral, pues existía un veto de parte de las Fuer-

zas Armadas para impedir que el aprismo llegue al poder (Contreras y Cueto, 

2013). Recién en 1963, se retoman las elecciones con el triunfo de Fernando 

Belaúnde Terry, un arquitecto que llegó a recoger las demandas de los sectores 

medios y populares. Su gobierno apeló a la modernización pendiente de la 

nación, lo cual implicó que estableciera cercanía con entidades internaciona-

les, especialmente estadounidenses, como la Alianza para el Progreso, debido 

al surgimiento de la expansión del «pensamiento comunista», palpable en las 

guerrillas que iban surgiendo en toda América Latina en esa década, producto, 

claro está, del triunfo de la Revolución cubana, en 1959. Si bien existió esa 

desconfianza ante la irrupción del comunismo —esa prohibición de los libros 

«radicales» recién vendría en años posteriores, como se verá más adelante—, 

esto no fue impedimento para limitar la producción del campo editorial. El 

primer proyecto editorial masivo en la década de los 60 fue la colección Popu-

libros, impulsada por el reconocido escritor Manuel Scorza. Como bien anota 

el historiador Carlos Aguirre, este nombre debe sus resonancias a un anterior 

proyecto editorial mexicano de similar nombre, aunque con textos de perfil 

sensacionalista (2017, p. 208). Según las estadísticas, fueron enormes los tirajes 

de los títulos que componían su catálogo, con respecto a la cantidad de lectores 

que existía en el Perú de aquella década. Como señala Aguirre, el problema que 

implicó este proyecto supuestamente democratizador fue la visión jerárquica 

de las condiciones de lectura para una sociedad que todavía tenía problemas 

de analfabetismo —no en cifras abismales, pero sí presentes aún—, además del 

cortocircuito que se estableció entre el imaginario occidental, que fomentaba la 

gran mayoría de los títulos impresos, frente al imaginario andino, que formaba 

parte crucial de los lectores en las distintas regiones o provincias del país. Aquí 

es muy pertinente recordar que antes de llevar a cabo una revolución del libro, 

implica desarrollar una revolución del leer (Chartier, 1994, p. 25). Esta senten-

cia es fácilmente aplicable al terreno peruano, puesto que los emprendimientos 

editoriales de Populibros debieron ceñirse a las condiciones socioculturales de 

Perú, y no solamente limitarse a reducir los costos del precio de venta final del 

libro. Si bien es cierto que la falta de acceso al libro en los 60 fue gracias al costo 


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elevado de los libros, ante lo cual Scorza logró democratizar el acceso económi-

co a este bien cultural, por otro lado, la repercusión social que generaron sus 

títulos difícilmente consiguió remover los imaginarios del lectorado peruano. 

Queda pendiente allí trazar una historia de la lectura que complemente este 

apartado. 

Sobre la quema de libros de 1967
En la segunda mitad de la década del 60, específicamente en 1967, se realizó una 

confiscación y quema de libros durante el primer gobierno de Fernando Be-

laúnde. Este suceso hizo que el editor y librero Juan Mejía Baca se pronunciara 

y llegara a publicar un libro en 1980, titulado Quema de libros: Perú ‘67, el cual 

compila los recortes periodísticos relacionados con aquel incidente. Un dato 

útil para comprender cómo los sucesos del campo editorial pueden afectar el 

ámbito político es justamente la edición de este libro, puesto que, si bien la cen-

sura sucedió en el primer gobierno de Belaúnde (1963-1968), en 1980 este mis-

mo postulaba con el fin de alcanzar su segundo mandato presidencial. Intuyo 

que dicha coyuntura electoral pudo haber llevado a Mejía Baca a compilar las 

noticias que circularon durante aquel incidente para, así, intervenir política-

mente en el campo editorial, mediante la puesta en circulación del libro, con el 

objetivo de restarle votos y mostrar el rostro antidemocrático del partido Ac-

ción Popular —lo cual no pudo verse reflejado, pues Belaúnde ganó las eleccio-

nes —. Cabe señalar que la confiscación y la quema de libros fueron un man-

dato del Ministerio de Gobierno; incluso se conjetura que la orden directa fue 

del entonces ministro de Hacienda y Comercio, el general Francisco Morales 

Bermúdez, quien años después sería presidente del Perú durante la segunda eta-

pa del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas (1975-1980). Por este 

motivo Morales Bermúdez recibió quejas de «librerías y editoriales asociadas» 

a la Cámara Peruana del Libro (Mejía Baca, 1980, p. 27). Entre los títulos que 

Mejía Baca menciona que se incineraron

1

 se encuentran La revolución teórica de 

Marx, de Louis Althusser, y China, el otro comunismo, de Kewes Karol, ambos 

editados por Siglo XXI, en Ciudad de México, editorial dirigida por Arnaldo 

Orfila Reynal; así como otros del Fondo de Cultura Económica, como Marx y 

su concepto del hombre, de Erich Fromm, etcétera.

En los anexos al libro de Mejía Baca se añade una carta de solidaridad de 

Orfila Reynal, editor muy reconocido en el mundo hispanohablante. Este bre-

ve intercambio epistolar nos recuerda implícitamente que todavía queda pen-

diente reconstruir y analizar las redes editoriales que se tejieron entre el Perú y 

1   Al hablar de incineración, se está hablando de manera indirecta sobre la censura, tema muy 

común dentro de la cultura del libro. Esta práctica sociocultural implica un control de las 

publicaciones, puesto que el Estado busca manejar de algún modo aquellas amenazas que 

atentan contra su monopolio de poder (Darnton, 2014). 


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los demás países de la región durante el siglo XX. Solo así se podrá determinar 

qué papel cumplieron los libros difundidos por Orfila Reynal —incluso en la 

esfera nacional, gracias a las importaciones de Juan Mejía Baca— mediante 

su catálogo editorial, el cual servía de plataforma medular para la circulación 

transnacional de las ideas en el ámbito hispanohablante. Ahora bien, este vín-

culo entre lectores y novedades editoriales de la época debe ser comprendido 

no en un sentido maniqueo o unidireccional, sino en una situación dinámi-

ca en la cual los mismos sujetos intervinieron en el proyecto de distribución 

editorial a través del interés que generaban sus títulos en el circuito de libros 

peruanos.

Figura 3

Portada de Quema de libros: Perú ‘67

Nota. 

Fotografía de Víctor Ramos Badillo.


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Conclusiones 
Si bien en este texto se han abordado a grandes rasgos los entrecruzamientos 

entre edición y política en estas dos experiencias particulares, todavía resta 

un análisis pormenorizado de ambas etapas. En el último tema planteado, por 

ejemplo, es indispensable reconstruir la historia de la censura operada durante 

el primer gobierno de Fernando Belaúnde Terry. Esta «represión de libros» de 

corte marxista o progresista tan solo «muestra cómo el Estado enfrentó a la 

literatura en el espacio social cotidiano» (Darnton, 2014, p. 10); sin embargo, 

algo que se le escapó de las manos al gobierno de turno fue que no tomó en 

cuenta de qué manera iba a ser mediatizado y replicado este suceso en la pren-

sa local. Por otra parte, todavía queda pendiente una historia de la lectura de 

aquella década, que clarifique mejor, como señala Martín Barbero, esta «encru-

cijada» producida por un «proceso» de lecturas y «prácticas» (2008) editoriales 

que puso en marcha Mejía Baca, así como otras casas editoriales importantes, 

como Horizonte, por citar solo un nombre. Justamente, el elemento comple-

mentario de la historia del libro debe apuntalar la restitución de la lectura no 

como experiencia individual, sino en su dimensión de práctica cultural (De 

Diego, 2019), la cual convierte a los sujetos participantes (ya sea autores, edi-

tores, imprenteros y lectores) en agentes activos dentro de la cadena del libro. 

Todo esto implicaría, asimismo, una recomposición de las tensiones que atra-

vesaba el mercado editorial peruano de la década de 1960, cuyo último eslabón 

sería el lector de a pie en el Perú, tanto en sus variantes cronológicas como so-

cioculturales (Chartier, 1994). Solo de este modo se podrá avanzar en una me-

jor cartografía de las condiciones de producción de la cultura impresa peruana 

de la época, partiendo de las mismas situaciones concretas que ponía al frente 

la realidad social y política

2

. La historia del libro y la edición es un eje temático 

que aún no ha sido desarrollado con amplitud por los académicos peruanistas. 

En ese sentido, espero que este artículo permita abrir caminos de investigación 

dentro de estos estudios todavía incipientes en este país. 

2   Este artículo ha considerado la metodología denominada «giro material», la cual se basa en 

las experiencias sociohistóricas a partir de la objetivización de sus productos culturales, con 

énfasis en las características de la materialidad de estos últimos. De este modo, a partir de 

ello se pueden tejer relaciones entre los diversos objetos culturales que comparten un mismo 

contexto de producción, circulación y consumo, así como reconstruir el campo cultural es-

pecífico que se está tratando. Así, si bien la descripción es un componente amplio dentro del 

proceso de investigación, esta no deja de ser primordial para la explicación de la vida social 

y cultural de ciertos fenómenos en los que el libro ocupa un lugar central como mercancía y 

tiene un papel simbólico dentro del espacio social (Saferstein, 2013). Ello ocurre, sobre todo, 

en la vida cultural del siglo XX peruano, donde destacan editores importantes como Carlos 

Milla Batres, el mismo Mejía Baca, entre otros. 


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