obra le da estabilidad al mundo, le da solidez a un ser cuya permanencia en el mundo es
transitoria y mutable
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.
Del mismo modo, para la teórica política alemana, la acción y el discurso son
fundamentales para cuidar el mundo que hemos construido. Claro que ambos, en Arendt,
se refieren al espacio público, pero aun así esta acción es la sustancia inteligible de las
relaciones humanas (podríamos extenderlo a la relación entre escritor y lector). Hablando
y actuando los hombres se distinguen, pues en la acción y en el discurso, la alteridad que
el hombre comparte con todos los seres se transforma en singularidad: en la acción y en
el discurso —o sea con el uso de la palabra—, los hombres no revelan qué son, sino
quiénes son.
Esas palabras, que han sobrevivido al proceso de vida y muerte de la literatura y
de su oscuridad, son el eslabón que une al escritor con un nuevo personaje que es
recurrente en nuestro juego: el lector. Dice Arendt que «el mundo humano antes tiene que
ver con el artefacto humano como el producto hecho por manos humanas» (Arendt, 1996,
p. XX) —sumamos a los libros—, y entre los cuales habitan los hombres —para nuestro
caso, el escritor y el lector—. Convivir en el mundo significa esencialmente tener un
mundo de cosas interpuesto entre los que habitan este mundo común. Arendt va a colocar
el ejemplo de una mesa: un artefacto que se interpone entre quienes se sientan alrededor
de ella, pero que, del mismo modo, como todo intermediario, simultáneamente va a
separar y a unir a los hombres en un espacio único
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. Dialogando con Blanchot, el escritor
apela al lector llamando desde el vacío, expresando el esfuerzo de un hombre privado de
mundo, que quiere volver al mundo, pero manteniéndose en su periferia. Inclusive estas
palabras nos sugieren que es el lector quien salvaría de la alienación al escritor y lo
insertaría de nuevo en el mundo
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. El escritor deja su obra para el lector y es lo único que
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Sería oportuno citar este poema de Jorge Luis Borges en el que precisamente se habla de la fugacidad de
la existencia del hombre, en contraste con la permanencia de las cosas; inclusive, en los últimos versos, les
otorga conciencia:
El bastón, las monedas, el llavero, / la dócil cerradura, las tardías / notas que no leerán los pocos días / que me
quedan, los naipes y el tablero, / un libro y en sus páginas la ajada / violeta, monumento de una tarde / sin duda
inolvidable y ya olvidada, / el rojo espejo occidental en que arde / una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas, / limas,
umbrales, atlas, copas, clavos, / nos sirven como tácitos esclavos, / ciegas y extrañamente sigilosas! / Durarán más
allá de nuestro olvido; / no sabrán nunca que nos hemos ido (AÑO, p. XX).
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El principio de comensalidad utilizado por los antropólogos es fundamental al relacionar a la mesa y su
propiedad de unir a los seres humanos alrededor de un mismo espacio. Un ejemplo que me parece adecuado
es el que brinda el teólogo J. D. Crossan en su libro sobre Jesús llamado Jesús, una biografía
revolucionaria. Dicho sea de paso, la figura de Jesús también va a ser utilizada por Arendt al hablar del
perdón en su ya citado libro La condición humana.
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La palabra «alienación» aquí utilizada refiere también a lo definido por Arendt. En pocas palabras,
alienación es el alejamiento, distanciamiento o pérdida de la relación que tiene el hombre con el mundo que
lo rodea y por ende con el espacio que comparte con otros seres humanos.