Aportes para la historia de la catalogación en la Biblioteca Nacional del Perú
1
Rubén Fernando Robles Chinchay
Biblioteca Nacional del Perú, Lima, Perú
Contacto: ruben.robles@bnp.gob.pe
https://orcid.org/0000-0002-6658-4008
Stifs Edgar Paucca Suárez
Investigador independiente, Lima, Perú
Contacto: apoyo18.depe@bnp.gob.pe
https://orcid.org/0000-0003-2825-0362
Dar un libro es poca cosa. Lo difícil es saber que el
libro pedido existe en la Biblioteca, y proporcionarlo
sin pérdida de tiempo a quien lo solicita. Tal es la
utilidad práctica de los catálogos
Jorge Basadre. Recuerdos de un bibliotecario.
Resumen
Este artículo plantea, a partir del estudio de fuentes disponibles, una reconstrucción de
los intentos y formas de catalogación que se dieron en la Biblioteca Nacional del Perú
antes del incendio de 1943 y antes de la gestión como director de Jorge Basadre (1943-
1945). Se estudiarán por tanto los periodos conocidos como el de la Primera Biblioteca
Nacional (1821-1881) y la Segunda Biblioteca Nacional (1883-1943).
Palabras clave: Biblioteca Nacional, catalogación, historia, estudio de fuentes.
Abstract
This article proposes, from the study of available sources, a reconstruction of the attempts
and forms of cataloging that took place in the National Library of Peru before the 1943
fire and before Jorge Basadre's management as director (1943-1945). Therefore, the
1
Fecha de recepción: 7 de julio de 2020; fecha de aceptación: 16 de octubre de 2020.
periods known as the First National Library (1821-1881) and the Second National Library
(1883-1943) will be studied.
Keywords: National Library, cataloging, history, study of sources.
Introducción
La catalogación, o en su defecto el mero inventario de obras existentes en los estantes de
la Biblioteca Nacional del Perú ha sido y es una preocupación constante para distintas
generaciones de bibliotecarios, quienes han sido conscientes de la necesidad de saber qué
material resguarda la institución, entendiendo que esta es la mejor forma de controlar y
cuidar sus existencias
2
. Es un hecho conocido que el hito en cuanto a la catalogación
moderna en la Biblioteca Nacional del Perú está asociado al nombre y la gestión de Jorge
Basadre Gröhmann como director de esta
3
. Antes de él, los intentos de catalogación
habían sido tan azarosos, como la propia existencia de la primera institución cultural
republicana, que fue severamente afectada por tragedias que han marcado su devenir
4
. Es
sobre la historia de estos intentos de catalogación anteriores a la reconstrucción realizada
por Basadre de lo que trata este breve artículo
5
.
Primer intento de catalogación del siglo XIX
Sabemos por Fuentes que para 1858, durante el segundo periodo en la dirección del
presbítero Francisco de Paula González Vigil (1945-1975), la Biblioteca Nacional tenía
unos 30 000 volúmenes, muchos de los cuales no estaban al servicio del público «por no
tener colocación en los salones» (1858, p. 243). A las dificultades de espacio, se sumaba
2
Para efectos de este trabajo usaremos la expresión «catalogación» para referirnos a los viejos
métodos empíricos que se utilizaron en la Biblioteca Nacional para el registro y control de existencias,
diferenciándola de la «catalogación moderna», la que se ha utilizado desde la gestión de Jorge
Basadre.
3
La gestión de Jorge Basadre, creadora de la Escuela de Bibliotecarios (23 de junio de 1943), adoptó
las reglas de catalogación de la American Library Association. En la segunda edición de 1941, se usó
además «algunas reglas de la Biblioteca Vaticana en la 2.ª ed. de 1939, traducidas al español en 1940»
(Basadre, p. 56). Asimismo, adoptó «con modificaciones propias» el sistema de clasificación decimal
de Melvil Dewey, enseñado en Estados Unidos. Basadre conocía bien el sistema por haberse
capacitado en la Fundación Carnegie entre 1931 y 1934, enviado por la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos, donde se desempeñaba como director de la biblioteca. Basadre es claro en decir que
antes del incendio nunca hubo catálogo en la Biblioteca Nacional (1975).
4
Nos referimos por supuesto al expolio de la guerra del Pacífico, entre 1881 y 1883, y al incendio de
1943.
5
Agradecemos a Gerardo Trillo, director de la Dirección de Protección de las Colecciones de la
Biblioteca Nacional del Perú; Laura Martínez, jefa del Equipo de Custodia, y a Talía Choque, por las
facilidades y el apoyo brindado para la realización de este artículo. También a Ruth Alejos, alentadora
y mentora de vocación.
la inexistencia de un catálogo y acaso de listas completas y ordenadas de libros. Es por
esta razón que se emprendió hacia 1848 una clasificación de las obras contenidas en la
biblioteca:
La minuciosa clasificación de los treinta mil volúmenes que contiene la Biblioteca
Nacional, es imposible en el día, por haberse suspendido desde el año 1848, el provechoso
trabajo de formar dos índices generales de las obras, uno alfabético y otro por materias.
Esta tarea que llevaba á [sic] cabo, con acierto y empeño, uno de nuestros más expertos
bibliógrafos, nombrado D. Teodoro de los Reyes, quedó paralizada con la sensible muerte
de este individuo á [sic] quien no podían mucho reemplazar por su raro conocimiento
general de las obras, y por el especial que tenía de la Biblioteca (Fuentes, 1858, p. 244).
Si bien la institución había sido fundada en 1821, y se hallaba en funciones desde
1822, no se contaba con catálogos completos de las obras en ella contenidas, lo resaltamos
para mostrar la ausencia de estos inventarios. La catalogación quedó inconclusa por la
muerte del experto catalogador. En este texto, Atanasio Fuentes resume las obras más
importantes de la biblioteca, las que fueron casi luego calcadas por Palma en su primera
memoria como director de la BNP. Además, el Murciélago hace un recuento de los
incunables (aunque no usa el término) resguardados en la BNP, que nos parece importante
rescatar:
[…] particular mención, algunas obras impresas antes del descubrimiento de América por
Colon, en Octubre de 1492. La primera y mas [sic] antigua, es un breviario que se acabó
de imprimir en Venecia el 24 de Noviembre [sic] de 1489. La tercera unos comentarios
de Persio, por Juan Británico, impresos en Venecia el 17 de Enero [sic] de 1492. Unidos
á [sic] estos comentarios, en un mismo volumen, se hallan los de las Sátiras de Juvenal
por Dionisio Caldirini, y otros impresos de Turin [sic] del 8 de Octubre [sic] de 1491.
También es impresión del siglo XV, el Misal Muzarabe, publicado en Toledo en 9 de
Enero de 1500 (Fuentes, 1858, p. 244).
Segundo intento de catalogación del siglo XIX
Si bien se vio alterada la posibilidad de culminar la clasificación por la muerte de Teodoro
de los Reyes, la necesidad de hacerla persistió. Después de la muerte del director, en 1875,
Francisco de Paula González Vigil
6
, se nombró para el cargo al coronel Manuel de
Odriozola, quien para ese tiempo era un reputado veterano de las luchas por la
independencia, reconocido bibliófilo y especialista en fuentes históricas (Tauro, 1964).
Tenía Odriozola algunas misiones principales para con la institución: reparar la
biblioteca, aumentar las colecciones y elaborar el siempre esperado catálogo. Con este
fin, se aprobó el 25 de julio de 1878 la resolución en la cual se fijan las normas para la
catalogación en la Biblioteca Nacional (Tauro, 2008). En esta resolución, se consideraba
hacer índices de libros anotando «con sencillez, su título, autor, año y lugar de la edición,
tamaño, número de volúmenes e idioma» (Tauro, 2008, p. 100). Se nombró para tal labor
a dos eruditos; José Toribio Polo, joven historiador y hombre de carácter fuerte, en
ocasiones conflictivo
7
, y al religioso Manuel González de la Rosa, ilustrado de gran fama
forjada en bibliotecas europeas, quien traía ideas novedosas para el ordenamiento de la
Biblioteca Nacional. No pasó mucho tiempo antes de que surgieran discrepancias entre
ambos eruditos y se hiciera imposible lograr un acuerdo sobre la forma en que sería
elaborado el catálogo (Riviale, 1997).
Las tareas que habían iniciado en enero de 1879 se vieron interrumpidas al cabo
de unos pocos meses. José Toribio Polo renunció a la labor en junio de 1879. Según
González de la Rosa, José Toribio Polo no había avanzado mucho, pues solo había
catalogado cinco de los ciento veintiún estantes que debía registrar, esto por dedicarse
más a revisar la sección de periódicos (1880, p. 129). Sea como fuere, desde ese momento
González de la Rosa quedó solo con el trabajo, llegando a revisar, según testimonio
propio, las salas uno y dos de las cinco que tenía la biblioteca. Para 1879, en tiempos de
la guerra, González de la Rosa había elaborado unas 20 000 fichas, pero la labor no daba
más. Ese año se puso fin a su contrato, asegurándose que el coronel Odriozola asumiría
la realización del catálogo.
Sabemos por el propio González de la Rosa, en su artículo de la Revista Peruana,
que la biblioteca contaba para 1879 con 40 000 libros en sus tres primeros salones, y que,
6
Francisco de Paula González Vigil fue el primer bibliotecario de 1836 a 1839 y de 1845 a 1875.
7
Esto se hace evidente en el detallado estudio sobre su vida y producción historiográfica que realizó
Joseph Dager (2000). Asimismo, en la carta redactada por Ricardo Palma el 12 de agosto de 1884,
donde manifiesta al ministro de Justicia e Instrucción los reclamos de Polo por las demoras en los
pagos de sueldos, sostenía que, aunque lo reprendió, «apareció en un periódico siempre hostil a la
Biblioteca y al Bibliotecario, un suelto en el que se daba a entender que mientras los empleados
subalternos carecían de sus haberes, el Director estaba satisfecho». Asegura Palma en la nota que el
informante del periódico, nombrado como «un empleado de la Biblioteca», no era otro que Polo. Dos
días después de remitida la misiva, Polo fue destituido del cargo de subdirector (Correspondencia
oficial de la Biblioteca Nacional 1883-1884. Código D 4679).
aunque no había podido revisarlos, el erudito calculaba que el cuarto y el quinto salón no
contenían sino unos diez mil libros «muy maltratados y truncos» (1880, p. 129).
Es necesario detenernos a revisar la propuesta de González de la Rosa, pues si
bien el religioso se alejaba del texto del Reglamento de 1878, se le puede considerar el
verdadero precursor en la catalogación moderna y sistematizada en el Perú. Su sistema
establecía una estructura de fichas ajustadas a la organización de la biblioteca. Al respecto
escribía: «Los libros se catalogarán en el orden que hoy tienen en los estantes,
reservándose hacer las clasificaciones por materias, mediante las papeletas, cuando se
impriman los catálogos» (1878). Además, comentaba que ese método era
[…] el seguido en todas las bibliotecas europeas, el aconsejado y practicado por los
bibliógrafos y libreros más afamados y el que la experiencia ha aconsejado después de
mil ensayos como el más cómodo y fácil sobre todo para catalogar grandes bibliotecas.
Al aseverar esto hablo con pleno conocimiento de causa, fundado en ocho años de estudio
diario en las bibliotecas más notables de la Europa entera (González de la Rosa, 1880, p.
130).
El sistema propuesto por el erudito, quien había estado en Italia, Francia y
Londres, ciudades donde tuvo cercanía a los bibliófilos más connotados de Europa, se
basaba en fichas catalográficas más que en listas de inventarios hechas en un cuaderno.
Sobre el sistema de anotar en un libro, comentaba el erudito, a manera de crítica, y
resaltando su poca eficacia, que era una «[…] rutina antiquísima de escribir los títulos
desde el principio en un tomo, por materias ó [sic] alfabéticamente» (González de la
Rosa, 1880, p. 130). En contraposición, el sistema de fichas permitiría saber exactamente
en qué lugar se hallaba una determinada obra sin haberla visto antes, pudiendo
posteriormente hacerse el catálogo impreso de ellas.
La forma de consignar la información se puede resumir en el siguiente cuadro en
el que hay que tener en cuenta, además, que para evitar errores, en la etiqueta del lomo,
se les asignaba un color diferente a los ejemplares de acuerdo con su ubicación en uno u
otro salón. En el ejemplo que presentamos, la etiqueta adosada al lomo del libro indica
que este pertenece por su color a un determinado salón, por el número superior a cierto
estante clasificado de manera ordinal y por el número inferior al número de orden del
volumen en el estante:
Cuadro 1
Etiqueta propuesta por González de la Rosa
Elaboración propia.
Es preciso tener en cuenta que esta etiqueta puede ser considerada el primer
antecedente fehaciente de las actuales signaturas topográficas en la Biblioteca Nacional.
Además, en este planteamiento, se evidencia algo propio de la época que es cuando
comienzan a surgir las adaptaciones de signaturas (que incluyen correlativos,
encabezados de colecciones, letras que significan siglos, entre otras variantes). Es decir,
antes de implantarse una norma con aplicación universal, los bibliotecarios empíricos y
los bibliófilos buscaban personalizar sus bibliotecas. Lo que planteaba González de la
Rosa era crear una norma replicable que pudiera entender y volver a ejecutar cualquier
trabajador de la institución con un adiestramiento previo.
El sistema propuesto por Manuel González de la Rosa, adecuado a la realidad de
la Biblioteca Nacional, preveía la asignación de colores distintivos para cada salón. Los
colores asignados a los salones eran los siguientes:
Cuadro 2
Asignación de color por salones
Salón
8
Color
Primer
Blanco
Segundo
Amarillo
Tercero
Verde
Cuarto
Rojo
Quint0
Rosado
Nota: Estos datos fueron tomados de «Biblioteca Nacional. Informe sobre la formación del catálogo».
8
Es necesario indicar que al referirse a los «salones» de la Biblioteca Nacional antes del incendio, se
hace referencia a los repositorios de libros, y es necesario diferenciarlo de la única sola sala de lectura
existente.
2
68
Color = Salón
Número de orden en el estante
Número de estante
Elaboración propia
Los datos anotados en la etiqueta adosada al lomo del volumen tenían
correspondencia con la que se había consignado, como ya se dijo en fichas que contenían
la siguiente información, lo que equivale a decir que por cada volumen existían una
etiqueta y una ficha que lo representaban.
En cuanto a las fichas catalográficas, contenían información relativa a la ubicación
precisa de cada libro, como puede observarse en la imagen siguiente:
Imagen 1
Ficha propuesta por Manuel González de la Rosa
Nota: Tomada del artículo «Biblioteca Nacional. Informe sobre la formación del catálogo», por
M. González de la Rosa, de libre acceso, ejemplar digitalizado por la Universidad de Harvard.
Cuadro 3
Esquema interpretativo de la ficha de González de la Rosa
Nota: Estos datos fueron tomados de «Biblioteca Nacional. Informe sobre la formación del catálogo».
Elaboración propia.
Autor
Título de la obra - Cantidad de volúmenes de la obra, formato
del papel - Ciudad lugar de impresión, año.
N.° de salón. N.° de estante N.° - Balda. Posición en la balda
Para entender el cuadro es necesario tener en cuenta que las baldas (el nombre que
él utiliza es «anaqueles») en el esquema de Manuel González de La Rosa se contaban
desde abajo hacia arriba en letras mayúsculas: A, B, C, D y E.
Cuadro 4
Explicación topográfica del sistema propuesto por González de la Rosa
Estante 3 del Salón 2
E
D
C
B
A
68
Nota: Estos datos fueron tomados de «Biblioteca Nacional. Informe sobre la formación del catálogo».
Elaboración propia.
De esto se desprende que, el libro de la ficha descrita en la imagen 1 estaba
ubicado en el salón 2, estante 3, anaquel B, y en la posición 68.
Afirma en el mencionado artículo, González de La Rosa, que el coronel Odriozola
no continuó su sistema de catalogación. Nos resulta difícil saber si el coronel prosiguió
la labor por sí solo o con la ayuda de eruditos como Manuel Calderón. En todo caso, es
claro que cualquier intento de catalogación fue interrumpido al año siguiente al producirse
el ingreso de las fuerzas de ocupación chilenas. El 26 de febrero de 1881, es una fecha
conocida para los peruanos, el coronel del Ejército chileno, Pedro Lagos, le exigió al
coronel Manuel de Odriozola las llaves del establecimiento, los resultados son los ya
consabidos expolio y saqueo de la institución.
Dificultades de catalogación durante la época de Ricardo Palma
Culminada la guerra del Pacífico, con el país en bancarrota y con un presupuesto muy
reducido, Ricardo Palma fue designado director de la depredada Biblioteca Nacional del
Perú el 3 de noviembre de 1883. En su primer informe, Palma registró la existencia de
tan solo 738 libros, «muchos truncos y en latín». Afirmaba el tradicionista que esta era
por supuesto una cantidad ínfima en comparación con los 56 000 libros que había antes
de la ocupación de Lima (Palma, 1884, p. 21). Con esta cifra, por lo demás, Ricardo
Palma, quien conocía de cerca las colecciones antes de la ocupación de Lima por haber
sido nombrado subdirector en enero de 1881, se aproximaba a la que había calculado unos
años antes Manuel González de la Rosa, quien, como ya se dijo, estimaba en más de 50
000 los volúmenes de la institución.
Es muy conocido para quienes han revisado información sobre la Biblioteca
Nacional durante la Reconstrucción Nacional, el Catálogo de los libros que existen en el
Salón América o el Catálogo del Salón Europa. Los libros de ambos salones se presentan
a la manera de listas de inventarios de bienes, como se puede observar en esas
anotaciones.
Al momento de la reinauguración de la Biblioteca Nacional, en julio de 1884,
Palma comentaba lo difícil que era realizar una adecuada catalogación de bienes, y
afirmaba: «Reconozco que este catálogo es susceptible de mejoramiento, y que no pasa
de la categoría de los llamados de inventario ó [sic] catálogo de librero; más, no obstante
sus imperfecciones basta para atender al buen servicio del establecimiento y a las
exigencias de los lectores» (1884, p. 12).
Es importante detenernos a analizar la afirmación de Palma, porque al reconocer
las limitaciones de su catálogo aceptaba la existencia de métodos más modernos o
adecuados. Sabemos que en época del tradicionalista como director de la biblioteca; ante
la dificultad de adoptar un sistema de catalogación con papeletas o de otra índole (no
especifica cuál), por la falta de personal; ante la imposibilidad de comprar cartulinas, y
debido a la constante afluencia de público, se optó por distribuir los libros por materia
temática y por tamaños para su mejor organización. Para el bienio 1890-1892, Palma
informaba que se hallaban listos los catálogos mencionados, pero solo se encontraba
impreso el primero de ellos. Se refería por supuesto al Catálogo de los libros que existen
en el Salón América, en cuyo prólogo, titulado «Advertencia», lamentaba Palma casi con
las mismas palabras que había usado en 1884, la falta de recursos para elaborar un
catálogo, por lo que se había limitado a elaborar «un Inventario ó [sic] Relación de los
libros que hasta hoy, 31 de Diciembre de 1890, se encuentran en el Salón América»
(Palma, 1891, p. III).
Los datos que se consignaban en el catálogo de Ricardo Palma eran los siguientes:
Cuadro 5
Datos rescatados en los catálogos de Ricardo Palma
Autores
Materia
Volúmenes
José de
Gonçalves
A Confederação dos Tamayos, poema. Coimbra,
12.°, 1864.
1
Nota: Tomado del Catálogo de los libros que existen en el Salón América
9
.
Como puede observarse, los datos consignados son casi los mismos que se
consignaban en los cajones de libros:
Autor: Nombre del autor
Materia: Nombre la obra, ciudad de impresión, formato, año.
Volumen: Cantidad de volúmenes por tomo.
No encontramos referencias a la ubicación topográfica del volumen en los estantes
ni los datos referentes al impresor o casa impresora.
En las siguientes memorias, y durante veintiocho largos años, Ricardo Palma
volverá a afirmar cada vez con mayor fuerza que sin mayor personal y sin dinero no se
podría hacer la catalogación de los bienes. Tras su salida de la institución, las cosas no
cambiarían demasiado.
Gestión de Manuel González Prada
Es conocida la controvertida Nota informativa (acerca de la Biblioteca Nacional)
redactada en 1912 por González Prada al asumir la dirección. En este texto, cargado de
puyas contra Ricardo Palma, dice el autor de Pájinas [sic] libres: «Según las afirmaciones
de mi antecesor, recibo, pues, un hacinamiento de libros, en una estantería sin capacidad
de contener más obras, hallándome en la imposibilidad de hacer la catalogación, si no se
construye nuevo edificio» (1912, pp. 4-5). Además, sugiere lo simple que sería esa labor
utilizando los métodos comprobados en la Biblioteca Nacional de Francia:
9
Se ha tomado como ejemplo, y con meros fines explicativos, uno de los libros consignados en la
sección correspondiente a Brasil (Palma, 1891, p. 1).
Las condiciones del actual no imposibilitan la facción de catálogos. Hoy mismo, con una
previa distribución por tallas, sin causar interrupción alguna en la marcha del
establecimiento, se podría comenzar la catalogación simple o de autores por el orden
alfabético, la llamada de librero. Fichas o cédulas de catalogación, ordenadas en tapas o
cartones de costura movible, suplirían al catálogo impreso, sirviendo de gran auxilio a los
lectores y aligerando la tan pesada labor de los empleados. Este sistema, usado en la
Biblioteca Nacional de París y en algunas otras, va sustituyendo a las fichas agujereadas
de Pinçon y a las articuladas de Bonnange. No se debe pensar en las cajas-catálogos donde
las fichas sueltas corren peligro de ser extraviadas o invertidas (González Prada, 1912, p.
17).
Asimismo, el nuevo director, quien además redactó el informe ayudado por
Nicolás Corpancho y Carlos Alberto Romero, afirma que trabajando cuatro personas
juntas podría terminarse el trabajo de catalogar 40 000 volúmenes en quince meses.
[…] bastarían dos catalogadores, dos auxiliares y un mozo. El mozo para alcanzar los
libros, limpiarles y volverles a colocar en los estantes. Los dos auxiliares para colar el
número de orden al lomo del volumen, el ex libris al verso de tapa, en el ángulo superior
izquierdo, y consignar en el Libro de Asiento un resumen o extracto de la ficha con sólo
el nombre del autor, el título de la obra y el número de orden o colocación en los estantes.
Los dos catalogadores sacarían doble juego de fichas: uno para el uso de lectores y
empleados, otro para el archivo del establecimiento (González Prada, 1912, pp. 17-18).
El método propuesto por Manuel González Prada aseguraba él en su Nota
informativa…, era tan sencillo que no entendía por qué no se había llevado a cabo en los
veintiocho años de gestión de su antecesor. Siendo, comentaba con sorna, que la labor
podría hacerla cualquier persona en Perú, pues los problemas de esta no hacían de la tarea
«un nuevo trabajo de Hércules».
Sea como fuere, sabemos por una carta enviada por Manuel González Prada al
ministro de Justicia e Instrucción, el 8 de mayo de 1912, que una de sus primeras
preocupaciones fue iniciar la catalogación. Puesto que González Prada contactó con la
Tipografía del Lucero para presupuestar los gastos necesarios para emprender la tan
soñada catalogación de la Biblioteca Nacional mediante la elaboración de fichas que
sirvieran de base para el trabajo.
Este registro de libros propuesto no era una catalogación en el sentido moderno,
continuaba siendo un método empírico, y su sentido de cambio respecto al sistema usado
por Ricardo Palma radicaba en que las tarjetas con los datos de los libros, y
correspondientes con las etiquetas colocadas en ellas, no se encontraban ya en un soporte
a manera de libro, sino en fichas o cédulas de catalogación, ordenadas en tapas o cartones de
costura movible (Imagen 3). El sistema se emprendió y siguió usando durante algunos años
como método de trabajo, en tanto los libros estaban divididos por materias y por tamaños
(Basadre, 1975). Este sistema lo observamos en fichas que se conservan en la sección de
manuscritos, en las que se puede ver el sistema descrito por González Prada, de hacer un
«extracto de la ficha con sólo el nombre del autor, el título de la obra y el número de
orden o colocación en los estantes» (Imagen 4).
Imagen 2
Catálogo de la BNP. Tapas de cartón
Nota: Tomado del Catálogo de libros, folletos y publicaciones nacionales Colección General de
Manuscritos. Signatura F823. Código de barras: 2000022625.
Imagen 3
Catálogo de la BNP. Fichas de papel
Nota: Tomado del Catálogo de libros, folletos y publicaciones nacionales de la Colección General de
Manuscritos. Signatura F823. Código de barras: 2000022625.
Imagen 4
Catálogo de la BNP. Marca de imprenta de la Tipografía del Lucero
Nota. Tomado del Catálogo de libros, folletos y publicaciones nacionales de la Colección General de
Manuscritos. Signatura F823. Código de barras: 2000022625.
La Biblioteca Nacional bajo la mirada del Amauta
José Carlos Mariátegui (1925) publicó en la revista Mundial un texto titulado «La pobreza
de la Biblioteca Nacional», en el que denunciaba el olvido en que se encontraba la
institución, llegando a afirmar que por su miseria la biblioteca peruana en otro país no
sería sino una «biblioteca de barrio», y añadía: «De la Biblioteca Nacional no se puede
decir como de la Universidad, que vive anémica o atrasadamente. La Biblioteca Nacional
no vive casi» En este mismo artículo, también muestra como una institución sin
presupuesto a la biblioteca sanmarquina: «La Cenicienta del Presupuesto de la República
que la condenan a estar manejada con ideas ancladas al pasado, y ser mucho menos
moderna que la Biblioteca Universitaria».
Entre estas denuncias sobre el estado de la institución, dice Mariátegui algo que
nos interesa para este texto: «El catálogo es un proyecto eternamente frustrado por la
miseria crónica de su presupuesto» (13 de marzo de 1925, p.1). Las contundentes
aseveraciones del Amauta cobran más sentido cuando se tiene en cuenta que es este el
periodo del Oncenio de Augusto B. Leguía (1919-1930), caracterizado por grandes
desembolsos de dinero para obras públicas. La desatención a la Biblioteca Nacional,
excluida de los planes populistas de la Patria Nueva, es una materia que debe ser
investigada. En el tiempo en que Mariátegui escribía estas líneas, se desempeñaba como
director interino de la Biblioteca Nacional don Carlos Alberto Romero, por viaje del
entonces director (1818-1828) y connotado filósofo Alejandro Deustua, maestro de
generaciones de intelectuales como Raúl Porras, Víctor Andrés Belaunde, Jorge
Guillermo Leguía o Jorge Basadre (Paredes, 2019, p. 32)
10
.
El proceso de catalogación además se vio interrumpido, entre agosto de 1925 y
junio de 1926, porque Basadre viajó a Tacna para encargarse de cuestiones relacionadas
con el plebiscito y la reincorporación de dicha ciudad al Perú. En ese tiempo, Romero, en
10
La gestión de Deustua se caracterizó, en lo referente a la forma de registro de volúmenes, por
continuar la catalogación emprendida por González Prada, elaborando más de doce mil de estas fichas
catalográficas en el Salón Europa (Paredes, 2019, p. 37).
un borrador de su memoria directoral de 1925, conservada en la Colección Bóveda
Abancay, cuenta que la catalogación «ha sufrido retraso debido a que el empleado
encargado de esa labor, el inteligente conservador don Jorge Basadre, fue enviado por el
Supremo Gobierno desde marzo del año pasado, en misión patriótica a Tacna, y aún no
ha regresado de allá». En ese mismo texto Romero comenta que se continuaba la
catalogación en tarjetas provisionales por no haber llegado las de cartón solicitadas al
gobierno.
Carlos Alberto Romero: un erudito decimonónico
Luego de haber sido director interino en 1914, ante la renuncia de Manuel González
Prada; en 1915, ante la renuncia de Luis Ulloa; en 1918, ante la muerte de González Prada,
y entre 1924 y 1925, por el viaje de Alejandro Deustua; fue nombrado director en 1928,
y lo fue hasta el incendio de 1943.
Letrado forjado sobre la base del trabajo en los estantes, Lohmann decía que
Carlos Alberto Romero era un erudito de aquellos polemistas del mundo decimonónico
(1971), un hombre, podemos atrevernos a agregar, atado al pasado.
Le decían el sordo Romero. Autodidacta, entró a trabajar como meritorio
(voluntario sin paga) a la institución en la época de la postguerra. Durante el tiempo que
trabajó, Romero vio pasar por sus manos la dirección de la biblioteca de manera interina
en diversas oportunidades hasta su definitivo nombramiento como director en 1928. Fue
además director de la Revista Histórica y obtuvo fama por las innumerables ediciones
que hizo de cuanto manuscrito valioso pasara por sus manos. Publicó en el diario El
Comercio, en El Tiempo, y, por supuesto, en la ya citada Revista Histórica. Además, llevó
a la imprenta textos manuscritos prologados por él, como la memoria del virrey Avilés o
los memoriales y cartas de Maynas, por solo mencionar algunas de su larga lista de
publicaciones de fuentes (Leguía, 1942).
Unido al pasado, como estaba, Romero fue reticente a los cambios en cuanto a la
aceptación de una catalogación moderna. Es conocida su oposición a cualquier intento de
catalogación que alterase el statu quo de la institución e hiciera cambiar el rumbo que,
desde González Prada, cuando asumió la dirección en 1912, con ayuda suya como asesor
del autor del «Discurso en el Politeama», había adquirido la Biblioteca Nacional como
sistema. Es conocido el incidente de su molestia por la llegada de catalogadores enviados
por el Gobierno en 1942, a los que incluso llegó a expulsar meses antes del incendio
(Aguirre, 2016, p. 116). Asimismo, ha comentado Luis Alberto Sánchez que la oposición
de Romero a la catalogación nacía de su interés por ser él «el “catálogo vivo” de la
institución» (Sánchez, como se citó en Paredes, 2019, p. 37).
Conclusiones
Investigando los avatares que hubieron sufrido los intentos de catalogación antes del
incendio de la Biblioteca Nacional, nos queda en claro que merece rescatarse el intento
de catalogación propuesto por Manuel González de la Rosa, precursor en la labor de
ordenamiento dentro de la institución.
Asimismo, es necesario resaltar el rol de rompeaguas que cumplen en la historia
de la institución el incendio de 1943 y la gestión de Jorge Basadre. Antes de este
momento, la gestión bibliotecaria en la institución, durante los periodos que han sido
llamados de la Primera Biblioteca (1821-1881) y de la Segunda Biblioteca (1883-1943),
se había caracterizado por el empirismo, la renuncia al cambio y la negativa a toda
modernidad. Los catálogos existentes de estos periodos se reducían a listados de libros,
los mismos que, ubicados por materias y tamaños en los estantes, mantenían el secreto de
su ubicación reservada para todo aquel que fuera un bibliotecario experto en el particular
ordenamiento de las colecciones.
Finalmente, cabe preguntarse a manera de reflexión qué cambios nos impondrá la
pandemia de la COVID-19. Solo el tiempo nos dirá si será un punto de inflexión en la
historia de la institución y en su acercamiento al público usuario.
Referencias
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