Fénix 45, 93-97

93 Aunque desenvuelta solo en el corto espacio de un lustro, y limitada por los efectos de una honda crisis económica, fue muy oportuna y fecunda la gestión que el coronel Manuel de Odriozola cumplió en la dirección de la Biblioteca Nacional. Porque intentó realizar los mismos propósitos que alentaron sus esfuerzos de coleccionista y publicista, pero con el auxilio debido y proyecciones más dilatadas; y porque su amor a las glorias del pasado lo condujo a procurar allí el ordenamiento metódico de las fuentes que pudiesen sustentar el conocimiento de sus circunstancias. Como bibliotecario halló campo propicio para la aplicación de su personal culto a la verdad histórica, su honestidad intelectual, y la generosidad que siempre lo llevó a franquear sus acopios documentales. Y debe entenderse que a la entereza de su carácter y su disciplina profesional debió la aptitud para abordar los problemas de la institución: no a la manera tradicional, como pudieron hacerlo benedictinos retirados y silenciosos, sino en relación con la organización y los servicios. (…) Como síntesis de la aptitud ordenadora que el coronel Manuel de Odriozola ejercitó en la dirección de la Biblioteca Nacional, y reflejo de los alcances que en su tiempo se daba a la organización y los servicios institucionales, debe mencionarse el reglamento enderezado a estabilizar su marcha. Solicitó su dación (25-VI-1878), para superar las deficiencias del improvisado reglamento que fuera promulgado (31-VIII-1822) pocos días antes de la inauguración de la Biblioteca Nacional; formuló el proyecto respectivo, en armonía con lo dispuesto por la resolución del 25-VII-1878; y obtuvo su sanción legal en virtud del decreto del 12-V-1879. Según estipulaban las primeras normas, el «director nato» era el ministro del ramo; y, aunque la nueva carta orgánica no consideraba aún la autonomía de la institución, empezó a emanciparla de los caprichosos vaivenes de la política al someter su marcha a las opiniones de una Junta de Vigilancia, integrada por los doctos decanos de las facultades de Letras, Jurisprudencia y Medicina. Inicialmente se juzgó conveniente designar dos bibliotecarios, a fin de que alternasen su concurrencia en las horas de atención al público y nunca faltase uno de ellos; pero el «primer bibliotecario» —Mariano José de Arce— se incorporó al Congreso Constituyente a poco de abrir sus puertas la Biblioteca Nacional, no se le sustituyó y, en la práctica no hubo siempre sino un bibliotecario; y para secundarlo se creó la figura de un sub-bibliotecario. Durante la fundación se consideró necesario que fuera atendida también por dos oficiales, dos conservadores, dos amanuenses y un portero; mas, a decir verdad, nunca prestaron sus servicios simultáneamente, pues entre los nombrados escogióse alguno que pasó al Tribunal del Consulado y otro al Congreso, y ya sabemos que, hacia 1875, apenas contaba con un conservador, un amanuense y un peón; y aunque el nuevo reglamento le asignó dos vigilantes para las salas de lectura, cuatro conservadores para el cuidado de las colecciones, un amanuense y un portero, debe presumirse que su dotación no fue cubierta, pues lo impidió la coyuntura de guerra que el país afrontaba, y el presupuesto (1-III-1880) solo proveyó los sueldos de un conservador, un vigilante, cuatro amanuenses, tres peones y un portero. Y es interesante subrayar esta permanente discordancia entre los cuadros orgánicos previstos por la ley y los que en realidad tuvo la Biblioteca Nacional, porque de ella se infieren los cortos alcances que hubieron de tener sus tareas, así como la distancia entre su grandeza potencial y sus limitadas posibilidades. *** REGLAMENTODELABIBLIOTECANACIONAL (1875), PREPARADOPORELCORONELMANUELDEODRIOZOLA Nota introductoria de Alberto Tauro 1 -------------------- 1 TAURO, Alberto. Manuel de Odriozola: Prócer – Erudito - Bibliotecario . Lima : Universidad Nacional Mayor de San Martín, 1964. pp. [53]-61 Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.45, 2008

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